martes, diciembre 5
Cuentan en el pueblo...
“Déjate caer. Confía. No busques respuestas en sus ojos o en sus palabras, búscalas en sus acciones. Déjate caer. No te saldrán alas, pero ahí estará con su red para protegerte.”
Animada por dichas palabras, la mujer dio un paso hacia delante, donde sus pies sólo pisaban aire y cayó.
Cuentan que entonces, el ángel se sacó su traje, se vistió de hombre y se dirigió luego al camino que conducía fuera del pueblo. De ella sólo se supo días después, cuando el mar se despojó de su cuerpo y lo dejó tirado en la arena. Nadie en el pueblo asistió a su funeral. Su marido dejó flores sólo ese día y se marchó del lugar para nunca volver. Aún así, cada año que se cumple, una rosa blanca aparece junto a su lápida, anónima, sin mensajes.
viernes, diciembre 1
Mejor morir
jueves, noviembre 23
Ángel
plegaste tus alas
y extendiste tus brazos,
dejando tu pecho descubierto,
desnudo,
desprotegido,
vulnerable.
Ángel,
me avalancé sobre ti
empuñando con fuerza
la afilada daga.
Desbocada,
enceguecida,
llena de ira .
...
Ángel,
mis manos yacen ya
cubiertas de sangre,
la daga cae.
Hilos carmesí
zurcen ahora la tierra,
costuras impenetrables
de vida hacia la muerte.
Ángel,
tu rostro pálido
y tus alas plegadas
no registran rastros de lucha.
Tus brazos siguen extendidos,
soy yo la que cae,
herida,
adolorida,
con el alma hecha trizas.
miércoles, noviembre 22
¿Puedo?
¿Puedo escucharte por última vez, antes de que tu eco se desvanezca y en mis horas sólo reste el silencio?
¿Puedo pronunciar tu nombre para que con los minutos el olvido no se lleve de mi memoria tu recuerdo?
No me dejes sola. La cama ya está fría y mi piel se eriza. En la almohada mi cabeza no tiene ya ni un minuto de sosiego, las sábanas se humedecen con el ir y venir de mis lágrimas, que caen una a una a medida que yo sólo pregunto al aire si tan sólo puedo.
Robando versos a Benedetti
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ni ahora ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesdos como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo
(No Te Salves)
sábado, noviembre 11
Luto
Lloro y guardo las lágrimas en copas de vidrio opaco, las guardo para beberlas después, para que el dolor sea tan inmenso que mi mente haga todo lo posible por olvidarlo pronto. Mejor que duela rápida y súbitamente, para que sea corto.
Hoy llevo mi luto hacia dentro, para que nadie lo vea, para que nadie pregunte. Por eso sólo colgaré cintas negras en mi pecho, sonriendo mecánicamente, mientras preparo el funeral.
miércoles, noviembre 1
Serie Lagartijas (5)
Lagartijas negras, quisieran ser rojas, marcas del alma en límpidos caminos; marcas de sangre, marcas del ser. Esperan expresar más que pálidas frases y quemar el aire con sus infinitos destellos.
jueves, octubre 26
Serie Lagartijas (4)
sábado, octubre 21
Serie Lagartijas (3)
miércoles, octubre 18
Serie Lagartijas (2)
domingo, octubre 15
Serie Lagartijas
sábado, mayo 20
Ayer sólo quería dormir
quería soñar y volver a sentir,
estar viva,
revivir tu cuerpo sobre el mío
y sentir el momento en que te dejaste caer,
desde la cúpula de la lujuria
hasta el abismo del post placer.
martes, mayo 16
Creciendo
por unos segundos mirando,
piensas con nostalgia
en el rastro que tus pasos que han ido dejando.
Quieta,
cierras los ojos por un momento,
y te quedas segundos en silencio
mientras escuchas lo que susurra el viento.
Lento,
avanzas sin perder la calma,
te fundes con el aire
y dejas libre tu alma.
martes, abril 25
Gente
¡Que no venga gente, que no venga! No quiero que me den de latigasos con sus moralistas palabras y sus lecciones de vida.
¡Que se vaya la gente, que me dejen sola! Hacen que me duela la vida y me pese la existencia. Me apuntan con sus dedos como flechas de cazadores a su presa y hacen que caiga al suelo malherida en el alma, porque simplemente no soy y no puedo ser parte de ellos.
domingo, abril 23
Sólo cuando el tiempo pase
Hoy a nadie le importa. Pero en cuanto el tiempo pase y comience a agrietarse su piel, cuando en sus rostros crucen surcos secos y profundos, y en sus manos queden únicamente rastros de sal, sólo entonces se darán cuenta de todo lo que dejaron pasar inadvertido.
viernes, abril 21
La Loca Cousiño IV
- “Inés, soy Inés. Soy Blanche, soy quien el espejo desea en que me transforme”
- “Soy Carlos. Mi ángel ya no es ángel si puedo alcanzarlo”
- “Soy Inés. Soy espiga, soy trigo. Represento vida en el escenario de los campos”
-“Carlos, soy Carlos. Y los ángeles no son tales si es que no están en los cielos, bajo ellos se vuelven terrenales y el alma animal del hombre puede hacerles daño”.
El invierno se ha apoderado de Santiago y expande sus grises brazos sobre la casa de “la loca Cousiño”.
Frágil, delicada de salud, ella se mueve por las habitaciones algo cansada. El tocador parece no querer ser su cómplice desde que la sombra amiga de la palmera desapareció. Todo está distinto, el brillo de sus ojos ha desaparecido. Por primera vez en su vida experimenta la desolación. El médico dice que tiene un resfrío severo que merece cuidado, reposo que ella no se esmera en guardar. Tiene cosas que hacer, no hay tiempo que perder. Sus interpretaciones frente al espejo han desmejorado y debe esforzarse más.
Se sienta frente al tocador y pellizca sus mejillas para que su amigo, don Emilio Lavaud, no la encuentre tan pálida al llegar a visitarla.
Tocan a la puerta con fuerza. “Puños jóvenes “- piensa. Resuenan los golpes con insistencia.
- “¡Pero, don Emilio, ya voy!
Se apresura en bajar las escaleras, lo que su cuerpo le permite. Parece que su amigo se aburre de esperar. Pellizca una vez más sus mejillas y abre.
La puerta está abierta. Don Emilio se extraña de la imprudencia de doña Inés. Entra, llamando a su loca amiga por el nombre. Podría ser una broma, a veces juega como niña a esconderse. Entonces la encuentra, finalmente la encuentra, colgada de lo alto de la escalera. Abajo en el piso una nota reza:
- “Soy Carlos, he venido a salvarte, mi ángel, de este inmundo mundo. Perteneces a las alturas, allá debes estar. Los ángeles no lo son si es que no están en el cielo. Te amo.”
-Fin-
miércoles, abril 19
La Loca Cousiño III
Se transforma en sombras, se oculta y desliza silenciosamente. Es casi una partícula del aire, una porción de tierra, parte de las sombras que produce la palmera. Desde abajo, desde el suelo, escucha los diálogos inconclusos de la mujer que idolatra y las noches insomnes sobre el cemento frío obtienen su recompensa cuando la ve desplegar sus cualidades y calidad de actriz.
Jamás había pasado por su mente siquiera el pronunciar su nombre, menos tocar su hombro y decirle unas palabras pocas.
El teatro era una de sus pasiones, junto con la arquitectura de las antiguas casas de Santiago Centro y ella... ella era parte de sus dos pasiones. Al verla aquel día radiante de felicidad, caminando como una jovencita por las huellas del pasado de la calle Compañía, no pudo evitar pronunciar las iniciales de su nombre a medida que la seguía y cerrar los ojos para soñarla. Al verla completamente perdida, no esquivó la tentación de ir a hablarle y ayudarla a encontrar el camino de regreso
-”Porque… “- se repetía en voz alta- “¿Qué es de los ángeles sin el paraíso? ¿Qué será de ella sin su paraíso desprovisto de balcones?”
Tenía que ayudarla, mas nunca imaginó que esto elevaría a su consciente el más escondido de sus placeres: el hacerla suya. Todo por una taza de té, líquido teñido de sepia, que lo obligó a verla como una vulgar y simplona mujer de esta tierra. Odió esa taza de té como nunca odió nada en su sombría vida, debió arrojar ese sucio elemento y arrancar lejos, reprochándose a viva voz todo lo pensado e imaginado.
- “¡Dios te castigará por esto! Has desvestido a tu ángel y la has manchado de impurezas. ¡Maldito gusano, te rindes ante los cochinos placeres humanos. Recuerda la primera vez que la viste, recuerda cómo la ovacionaste”.
Tenía alrededor de 18 años cuando la vio por vez primera. Había acompañado a su madre a ver una obra que se hacía por beneficencia. Usualmente no asistía ese tipo de representaciones por la baja calidad de sus actores y lo vago de las temáticas, pero ese día lo había hecho por “amor al arte”. En esa oportunidad quedó prendado del amor que irradiaba por el teatro, se enamoró de su insignificante caracterización.
Dos años más tarde la vio por segunda vez y de ahí en adelante no pudo para de buscarla, seguirla y admirarla en silencio. Estudiaba arquitectura y junto a tres de sus compañeros había ido ver la casa de las tías solteronas de uno de ellos, Juan Pedro Iturriaga. La casa era enorme para ambas señoras, pero aun así, se mantenía inmaculada por dentro y por fuera. Aparte de lo singular de la casa, no esa la que más llamó su atención, sino aquella que sin balcón se levantaba frente a la de las señoras Iturriaga. Esa casa tenía algo mágico, una especie de música hipnotizante. Siempre había gozado viendo ruinas y con frecuencia, lo que más llamaba su atención en esos barrios eran las casas a más mal traer. Pero ésta, ésta además la tenía a ella. Pudo verla en uno usuales ensayos frente al tocador, lánguida, casi etérea, vociferando con voz ronca de empedernida fumadora.
Días después regresó a Adriana Cousiño sólo para verla. Se dispuso detrás de la joven y delgada palmera que miraba justo a su puerta. El número 352, la casa de desteñido color amarillo, el hogar de la “loca Cousiño”. Una vecina se acercó de mal modo y dijo:
- “¿Qué miras ahí chiquillo? ¿No sabes que ahí vive la loca sinvergüenza de la Inés? Llegó cual huasa del sur y se casó con don Claudio Errázuriz sólo para quedarse con la plata y la casa. De otro modo no tendría donde caerse, la actriz de quinta esa.”
Las despectivas palabras de la señora no lograron otra cosa que interesarlo más en ella. Dedicó su tiempo a regresar una vez tras otra, se quedaba tras la palmera mirando, comiendo de vez en cuando unos pocos chocolates o maníes confitados. Su rendimiento y concentración decayeron considerablemente, teniendo que retirarse de la carrera un año y medio más tarde. Entonces contó con más tiempo para dedicarlo a descubrir más sobre ella. Por ese entonces, ya comenzaba a ser conocida como “la loca Cousiño”, debido a que no se asomaba a la calle a menos que fuese para ir a audicionar a algún teatrillo o para practicar frente a una flácida palmera argumentos de los que muy luego se olvidaría.
Ella se había obsesionado con el teatro tanto como él lo había hecho por ella. Cada día que pasaba, ella se volvía más parte de la casa y él, parte de las sombras que dejaba la palmera durante el día.
Él nunca dejó de verla en las alturas, literalmente se hizo inalcanzable. Las noches comenzaron a cobrar largas horas bajo la palmera, antes de dejarlo partir a su hogar para por fin descansar.
- “¡Carlos, por amor a Dios, baja a tierra! No comes, no duermes, ¡si estás hecho un ánima! Hijo, me preocupas”.
Su madre lo esperaba hasta altas horas de la noche, lloraba a sus pies y suplicaba, mas él cayó en un profundo trance del cual no parece querer despertar.
Durante el día se moviliza oculto entre las sombras, un delgado hombre de nariz puntiaguda y ojos saltones, que siempre viste negro.
En los cerca de treinta años de incongruencia, nunca tuvo motivación propia ni para comer. Toda su vida funcionó según lo que ella hacía hasta ese día, ese día en que se decidió a hablar y arrojar la taza de té.
Hoy su ángel se desvirtúa y comienza a bajar a tierra. Él despierta a su instinto animal, la desea en cuanto a cuerpo. Ya la tuvo por largo tiempo en cuanto a alma, en tanto ser celestial que no goza de sexo.
miércoles, abril 12
Vacío
jueves, marzo 30
La Loca Cousiño II
De vuelta, en Adriana Cousiño, su casa la espera tímidamente entre las que sí poseen balcón. Ella abre la puerta y se dirige rápidamente escalera arriba hacia su habitación. Toma asiento frente al tocador y sonríe, está satisfecha con el peinado. Pellizca sus mejillas y retoca con suavidad su maquillaje. Comienza a mostrar sus dotes histriónicas, adoptando poses de grandes películas: es "La Dama de las Camelias", la de la Garbo primero y la de Ana González luego. No, mejor se transforma en su favorita, en Blanche, Blanche Dubois en "Un Tranvía llamado Deseo". Ella puede ser lo que se proponga, pero su actuación se limita sólo a las poses, no hay parlamento. Su memoria fracciona los diálogos en su mente y los reduce a palabras que emergen inconexas de su boca. Se preocupa, debe presentarse dentro de poco y le resulta imposible resolver un argumento en su totalidad. Se levanta, se acerca a la ventana para poder ver a su palmera y a su sombra. Respira profundo y mira fijamente al cielo, entonces actúa para el viento, para su palmera y todo aquello que la observa. Despliega un acto magistral de movimientos, al fin y al cabo qué importa, su experiencia es la mejor carta de presentación. Tuvo oportunidad de compartir con los grandes de la década del `40, directores chilenos importantes como José Bohr y Jorge Délano, y actrices de renombre como Chela Bon y Malú Gatica, a quienes su memoria invoca debido a su total admiración. Hace una graciosa reverencia, como si lo hiciera en honor a sus admirados, pero la interrumpe un cerrado aplauso. Ya no sonríe, más bien ríe orgullosa, no sabe de donde proviene el palmoteo y poco le importa, una actriz como ella recibirá siempre tales manifestaciones donde quiera que vaya.
Regresa a su tocador y busca en uno de sus cajones el cartel de las audiciones: “de 16 a 18 horas”. Debe partir, está algo retrasada y por nada en el mundo puede perderse esta oportunidad. Baja presurosa las escaleras y prepara su salida ritual de costumbre, abriéndose lentamente paso hacia afuera.
Se asoma como siempre por calle Compañía, la calle de las huellas del tranvía, la única por la que puede deambular sin desorientarse. Cueto, debe dirigirse a Cueto, la audición es en el Teatro Novedades, el teatro de la escueta calle. Sube siguiendo los escondidos rieles, alejándose del sol, mirando continuamente su sombra y la de su talvez ángel guardián, que la acompaña muy de cerca. En una primera instancia avanza rauda, pero por algún motivo, el ritmo empieza a disminuir, paulatinamente, hasta que se detiene. Su corazón ya no late ansioso y en lugar de una sonrisa se esboza una mueca producto de la desilusión. Lleva el cartel del teatro en las manos y a pesar de todo el tiempo va desde que lo encontró, es la primera que lo lee con atención: la audición había sido 20 años atrás.
- “Todo el tiempo invertido...”- murmura. Más no se trata de una mujer derrotada, por el contrario. Emprende otra vez su camino hacia el teatro, porque si bien es demasiado tarde para esa presentación podría haber alguna otra.
Su típica sonrisa vuelve a conquistar su rostro. Todos la están mirando, todos saben que ella va al teatro. A lo mejor su destino es encontrarse con alguien especial, talvez, algún productor cinematográfico o quizás, un director teatral que anda en busca de una mujer de gran experiencia.
Llega finalmente a su destino, pero no encuentra indicios de una aparente sesión para elegir actores.
Fija la vista en todo lo noticioso pegado en el teatro, pero algo pasa. Arregla su cabello nerviosamente, algo hay, algo no le parece bien. Los carteles son confusos, no los entiende, hay muchas sombras. Está tensa, no se siente bien. Una extraña fuerza la hace entrar en el edificio.
- “Señora ¿Se encuentra bien?- dice el joven que se acerca a ayudarla
- “Sí... Ay, no sé. Alguien me ha empujado”
- “Sí, señora. Vi a un caballero hacerlo”
La “loca Cousiño” sale entonces a la calle para hacer frente a quien la ha agredido. Mira en todas direcciones, pero no encuentra persona alguna. Contrariada y molesta decide volver a su casa, olvidar lo acontecido. Camina, sólo camina, nada más interesa. Avanza cada vez más enfurecida por haber sido pasada a llevar en todos los sentidos: primero por el inhumano que la ha empujado y segundo, por chiquillo insolente que no ha reconocido en ella a la gran actriz. Enojada y sin darse cuenta, se encuentra ya en Alameda. Se acerca a una esquina, no sabe donde se encuentra, se siente completamente perdida. Alguien toma pesadamente su hombro. Ella se da vuelta y se encuentra cara a cara con un sonriente hombre.
- “Siento haberla tirado en el Teatro, pero iba muy apurado ¿La ayudo en algo?”
Ella sólo lo mira. Es un hombre menor, de unos cincuenta años por lo menos, de nariz puntiaguda y ojos saltones.
- “Me presento, mi nombre es Carlos Urrutia. Trabajo por acá cerca. Dígame, ¿necesita ayuda?”
La “loca Cousiño” ahora está confundida, algo tiene ese hombre, puede reconocer en él algo hay de familiar.
- “Mi nombre es Inés, Inés Strassburger. Estoy un poco desorientada… necesito llegar hasta mi casa.”
- “¿Strassburger? ¿No es usted actriz?”...
Su rostro ahora brilla, se siente halagada, se siente en confianza. Le cuenta donde vive y él le ofrece guiarla a cambio de un taza de té.
El camino hasta el 352 de Adriana Cousiño se torna ameno y muy corto. Él conoce muy bien el sector. Dice que es arquitecto y que le fascinan las formas con que se construyó en ese lugar.
- “Un barrio de artistas sin duda”- indica él.
- “Un barrio de gente linda hace varios años ya”- señala ella.
Ella le permite entrar sin el menor cuidado. Tan amable considera que ha sido el hombre, que además de ofrecerle té, le convida lo que resta de su lata de galletas de almendra. Se encuentra dichosa, hace mucho que no recibía visitas. Actúa y se siente como Blanche Dubois conquistando a un hombre menor, sensualidad cubierta por la sutileza de sencillas galletitas de almendra. Parece estar dispuesta a cumplir con su mejor rol. Si los grandes de otros tiempos la hubiesen visto antes desenvolverse de esta manera, la historia habría sido distinta. Para ella habría sido el papel que encarnó Malú Gatica en "El gran circo Chamorro", pero para directores como José Bohr, Inés siempre fue la jovencita pintada para el personaje secundario.
Se la percibe encerrada en sus pensamientos. Obvia detalles, deja pasar situaciones de relevancia en el comportamiento del aparente galante caballero.
-“¿Por qué sus ojos se abren de esa manera? ¿Cuántas de azúcar lleva en el té?...”-se pregunta.
Ella se esmera en tratarlo como rey, después de todo la reconoció como Inés y no como la “loca de la calle Cousiño”. Se levanta de la mesa para calentar un poco más de agua. Siente algo extraño, como si la siguieran. Siente un extraño temor, pero vuelve a sonreír. Puede que sea su sombra amiga, la palmera que la cuida desde afuera y observa su excelente representación.
- “Pero... ¡¿Qué?!”
Escucha un ruido, el de loza fina golpeando el suelo. Una taza que cae, galletas ruedan por el piso. Se da vuelta y él ya no está.
Como si fuera lo único que puede expresar, se encoge de hombros, no puede evitar la extrañeza, aunque puede vivir con ella. Sube las escaleras como pocas veces: lentamente. Llega a su pieza, mira por un breve lapso cómo las hermanas Iturriaga conversan en el balcón y luego, se sienta frente al tocador. Ahora es Blanche que llora mientras quejosamente se abanica.
jueves, marzo 23
La Loca Cousiño
La mañana tibia de comienzos de otoño parece detenerse en el Santiago antiguo, cargando de nostalgia las huellas de otra época: las casas, las calles... las historias.
Una suave brisa avanza y nos conduce a lentamente hacia una corta calle, Adriana Cousiño, corta pero mágica, cargada de historias. De para en par, como el telón de un teatro, se nos abren las ventanas de una desteñida casa, la única que sin balcones se levanta del suelo, frente a una de las palmeras de adornan aquella calle. Por una de esas ventanas la vemos a ella, sentada frente al tocador, más sonriente que otras mañanas.
El espejo no parece ser su enemigo, aún a pesar de los años, el cristal adopta el papel de cómplice en su búsqueda por regresar al teatro en gloria y majestad. Se observa, sonríe; practica posturas y muecas para su nueva rutina. Su figura delgada, casi lánguida, se mueve con elegancia. No es joven, los años han marcado su paso, pero no deja de ser hermosa. Sus ojos cansados todavía reflejan la dulzura de una mirada soñadora. Sonríe mientras pellizca sus mejillas para lograr algo de rubor. Se acicala un poco pasando las manos por su cabello, lo nota algo apagado. Decide ir a la peluquería.
Sale a la calle en un acto casi ritual, le cuesta enormemente separarse de su casa: primero saca su mano derecha seguida por el brazo, tantea el aire por unos segundos y luego, sale, cerrando la puerta lento y pegada a su espalda. Nadie conoce el por qué de todo ese trámite, la respuesta la tiene sólo ella. Las ancianas de enfrente, las hermanas Iturriaga, la observan desde su balcón. La “loca Cousiño” las saluda con ademán previamente ensayado, sonriéndoles, pero mirando con el rabillo del ojo hacia palmera que da frente a su habitación, su fiel oyente. La nota algo extraña. Tiene algo peculiar en esta oportunidad, una sombra por poco humana. Vuelve a sonreír.
Se asoma por calle Compañía, toda vestida de desgastado blanco, con ávidos pasos de jovencita, constantemente acariciando su pelo en acto de coquetería. Parece recordar aquellos días en que debía sortear las miradas de caballerosos admiradores, mientras caminaba aquellas calles, antiguamente cubiertas por adoquines. Avanza segura de sí, guiada más por las huellas del viejo tranvía que por su memoria, porque de alguna forma, su cabeza trabaja como un tranvía: lerdo trabajador del pasado, poco confiable.
En la esquina de Compañía y Libertad se aprecia la conocida Peluquería Francesa. Se alza de modo fraternal, abriendo los brazos de par en par para recibir a la mítica mujer. Todos la ven entrar, ella sonríe y hace reverencias, mientras los dependientes le siguen el juego, brindándole continuas alabanzas. Don Elimino Lavaud, el dueño, se acerca a ella y le besa la mano- “Bienvenida Inés, bienvenida”. Ella se siente halagada y con sutil coquetería le cuenta la razón de su visita. Entonces, Don Emilio, la conduce hasta el sector de damas y la deja con la peluquera de confianza.
- “Señorita Inés, ¿en qué piensa tanto?
- “Recuerdos. La primera vez que vine yo era una jovencita. Época de tertulias y mucha vida social. Esa vez me peinaron para mi primera audición”.
- “¿Y se veía linda?”
- “Sí, muy linda.”
Al mirarse en el espejo, se da cuenta de que una imagen conocida se refleja desde la ventana, sus ojos se iluminan, piensa en la sombra de su palmera amiga, su ángel de la guarda y dulce compañía de los momento a más solitarios de su vida. Se da vuelta, mas ya no está.